domingo, 31 de mayo de 2015

Sonetos - Pedro Calderón de la Barca



SONETOS

A las flores

Éstas que fueron pompa y alegría
despertando al albor de la mañana,
a la tarde serán lástima vana
durmiendo en brazos de la noche fría.


Este matiz que al cielo desafía,
Iris listado de oro, nieve y grana,
será escarmiento de la vida humana:
¡tanto se emprende en término de un día!



A florecer las rosas madrugaron,
y para envejecerse florecieron:
cuna y sepulcro en un botón hallaron.



Tales los hombres sus fortunas vieron:
en un día nacieron y espiraron;
que pasados los siglos, horas fueron.


A las estrellas

Esos rasgos de luz, esas centellas
que cobran con amagos superiores
alimentos del sol en resplandores,
aquello viven, si se duelen dellas.


Flores nocturnas son; aunque tan bellas,
efímeras padecen sus ardores;
pues si un día es el siglo de las flores,
una noche es la edad de las estrellas.


De esa, pues, primavera fugitiva,
ya nuestro mal, ya nuestro bien se infiere;
registro es nuestro, o muera el sol o viva.



¿Qué duración habrá que el hombre espere,
o qué mudanza habrá que no reciba
de astro que cada noche nace y muere.


A un altar de Santa Teresa

La que ves en piedad, en llama, en vuelo,
ara en el suelo, al sol pira, al viento ave,
Argos de estrellas, imitada nave,
nubes vence, aire rompe y toca al cielo.


Esta pues que la cumbre del Carmelo
mira fiel, mansa ocupa y surca grave,
con muda admiración muestra süave
casto amor, justa fe, piadoso celo.



¡Oh militante iglesia, más segura
pisa tierra, aire enciende, mar navega,
y a más pilotos tu gobierno fía!


Triunfa eterna, está firme, vive pura;
que ya en el golfo que te ves se anega
culpa infiel, torpe error, ciega herejía.


A San Isidro

Los campos de Madrid, Isidro santo,
emulación divina son del cielo,
pues humildes los ángeles su suelo
tanto celebran y veneran tanto.



Celestes labradores, en cuanto
son amorosa voz, con santo celo
vos enviáis en angélico consuelo
dulce oración, que fertiliza el llanto.



Dichoso agricultor, en quien se encierra
cosecha de tan fértiles despojos,
que divino y humano os da tributo,


no receléis el fruto de la tierra,
pues cogerán del cielo vuestros ojos,
sembrando aquí sus lágrimas, el fruto.


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La casa negra - Vicente Luis Mora



Llegué de noche a esta casa extraña
desalojé el color para asentarme
me horrorizaron sus paredes blancas
tras diluir mi esencia bajé al sótano
allí encontré enterradas mis raíces
hacían de cimientos de la casa
ya era parte de ella sin saberlo
quise hacerla a mi imagen y medida
tomé mi esencia que dormía en cubos
y fui tapando su horroroso albor
y me salvó la mano que escribía
la pluma hisopo sustanciando el llanto

ahora hasta las tejas son oscuras

soy un tintero triste y solitario

las nubes no se acercan sin mancharse

mi cuerpo es un sinfín de líneas negras

el negativo exacto de la página

en esta casa ya no vive nadie.


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Sueño del marinero - Rafael Alberti



Yo, marinero, en la ribera mía,
posada sobre un cano y dulce río
que da su brazo a un mar de Andalucía,

sueño ser almirante de navío,
para partir el lomo de los mares
al sol ardiente y a la luna fría.

¡Oh los yelos del sur! ¡Oh las polares
islas del norte! ¡Blanca primavera,
desnuda y yerta sobre los glaciares,

cuerpo de roca y alma de vidriera!
¡Oh estío tropical, rojo, abrasado,
bajo el plumero azul de la palmera!

Mi sueño, por el mar condecorado,
va sobre su bajel, firme, seguro,
de una verde sirena enamorado,

concha del agua allá en su seno oscuro.
¡Arrójame a las ondas, marinero:
-Sirenita del mar, yo te conjuro!

Sal de tu gruta, que adorarte quiero,
sal de tu gruta, virgen sembradora,
a sembrarme en el pecho tu lucero.

Ya está flotando el cuerpo de la aurora
en la bandeja azul del océano
y la cara del cielo se colora

de carmín. deja el vidrio de tu mano
disuelto en la alba urna de mi frente,
alga de nácar, cantadora en vano

bajo el vergel azul de la corriente.
¡Gélidos desposorios submarinos,
con el ángel barquero del relente

y la luna del agua por padrinos!
El mar, la tierra, el aire, mi sirena,
surcaré atado a las cabellos finos

y verdes de tu álgida melena.
Mis gallardetes blancos enarbola,
¡Oh marinero!, ante la aurora llena

¡y ruede por el mar tu caracola!


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sábado, 30 de mayo de 2015

Las abarcas desiertas - Miguel Hernández



Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.

Y encontraban los días,
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.

Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras:
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.

Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río,
y del pie a la cabeza
pasto fui del rocío.

Por el cinco de enero,
para el seis, yo quería
que fuera el mundo entero
una juguetería.

Y al andar la alborada
removiendo las huertas,
mis abarcas sin nada,
mis abarcas desiertas.

Ningún rey coronado
tuvo pie, tuvo gana
para ver el calzado
de mi pobre ventana.

Toda la gente de trono,
toda gente de botas
se rió con encono
de mis abarcas rotas.

Rabié de llanto, hasta
cubrir de sal mi piel,
por un mundo de pasta
y un mundo de miel.

Por el cinco de enero,
de la majada mía
mi calzado cabrero
a la escarcha salía.

Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas,
mis abarcas desiertas.


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El vértigo - Gaspar Núñez de Arce



Guarneciendo de una ría
la entrada incierta y angosta
sobre un peñón de la costa
que bate el mar noche y día
se alza gigante y sombría
ancha torre circular
que un rey mando edificar
a manera de atalaya
para defender la playa
de los piratas del mar

Cuando viento borrascoso
sus almenas no conmueve
no turba el rumor mas leve
la majestad del coloso.
Queda en profundo reposo
largas horas sumergido
y sólo se escucha el ruido
conque los aires azota
alguna blanca gaviota
que tiene en la peña el nido.

Mas cuando en recia batalla
el mar rebramando choca
contra la empinada roca
que allí le sirve de valla
cuando en la enhiesta muralla
ruge el huracán violento
entonces, firme en su asiento
el castillo desafía
la salvaje sinfonía
de las olas y del viento.

Dio magnánimo el monarca
en feudo, a Juan de Tavares
las seis villas y lugares
de aquella agreste comarca
Cuanto con la vista abarca
desde el alto parapeto
a su yugo esta sujeto
y en los Reinos de Castilla
no hay señor de horca y cuchilla
que no le tenga respeto.

Para acrecentar sus bríos
contra los piratas moros
colmóle el rey de tesoros
mercedes y señoríos
mas cediendo a sus impíos
pensamientos de Luzbel
desordenado y cruel
roba, incendia, asuela y mata
y es mas bárbaro pirata
que los vencidos por él.

Pasma el mirar su serena
faz, y su blondo cabello
que encubra rostro tan bello
los instintos de una hiena.
Cuando en el bosque resuena
su bronca trompa de caza
con mudo terror abraza
la madre al hijo inocente
y huye medrosa la gente
del turbión que la amenaza.

Desde su escarpada roca
baja al indefenso llano
con el acero en la mano
y la blasfemia en la boca
Excita con ansia loca
el furor de su mesnada
y no cesa la algarada
conque a los pueblos castiga
sino cuando se fatiga,
mas que su brazo, su espada.

De condición dura y torvano
acierta a vivir en paz
y como incendio voraz
destruye cuanto le estorba
todo a su paso se encorva
la súplica le exaspera
goza en la matanza fiera
y con el botín del robo
vuelve como hambriento lobo
a su infame madriguera.

Una noche, una de aquellas
noches que alegran la vida
en que el corazón olvida
sus dudas y sus querellas
en que lucen las estrellas
cual lámparas de un altar
en que convidando a orar
la luna como hostia santa
lentamente se levanta
sobre las olas del mar.

Don Juan, dócil al consejo
que en el mal le precipita
como el hombre que medita
un crimen, esta perplejo
bajo el ceñudo entrecejo
rayos sus miradas son
y con sorda agitación
a largos pasos recorre
de la maldecida torre
al imponente salón

Arde el tronco de una encina
en la escura chimenea
el tuero chisporrote
ay el vasto hogar ilumina
sobre sus patas reclina
su ancha cabeza un lebrel
en cuya lustrosa piel
vivos destellos derrama
la roja y trémula llama
que oscila delante de él

En tan solemne momento
lucha Tavares a solas
con las encontradas olas
de su propio pensamiento.
¿Que busca? ¿cual es su intento?
¿triunfará Dios o Satán?
nunca los hombres sabrán
porque en el cerebro humano
como en el hondo océano
las olas vienen y van

En vano a vencerse prueba
y con fuerza prodigiosa
mueve la pesada losa
que abre paso a oculta cueva
del repleto hogar se lleva
un grueso tronco encendido
y arrojase enardecido
por aquella negra entrada
lanzando una carcajada
doliente como un gemido.

alza el lebrel que dormita
la noble cabeza, el sueño
sacude, y en pos del dueño
gruñendo se precipita.
Don Juan con ira inaudita
marcha como un torbellino
y va saltando sin tino
uno tras otro escalón
entre el humo del tizón
conque alumbra su camino.

Al fondo del antro baja
y con su puño de hierro
de un triste y lóbrego encierro
el pestillo desencaja.
Yace postrado en la paja
un ser miserable y ruin
que recelando su fin
azorado se incorpora
y con voz conmovedora
grita -Que quieres Caín?

Don Juan insensible y duro
la vista en torno pase
ay fija la humosa tea
en una grieta del muro
-Luis- le responde-te juro
que te engaña el corazón
pues no tengo la intención
de arrebatarte la vida
como una fiera cogida
en la trampa y a traición

Que pretendes pues? exclama
don Luis tendiendo los brazos:
-quieres anudar los lazos
a que la sangre nos llama?
Si la pasión que te inflama
en amor se convirtió
no te detengas, que yo
con alma y vida te espero
Y rechazándole fiero
su hermano contesta !!no!!

El uno del otro en pos
van con paso mal seguro
por el subterráneo oscuro
abandonados de Dios
El lebrel entre los dos
sobresaltado camina
y por la lóbrega mina
llegan al viejo portillo
que a un lado tiene el castillo
del peñón en que domina.

El soldado que la puerta
por fuera guarda y defiende
absorto el paso suspende
viéndola de pronto abierta
Lejanas voces de alerta
surcan la noche callada
y con frase entrecortada
por el furor que lo agita
don Juan, avanzando, grita
Eh, malsin, dame tu espada!!!

Resistir quiere el soldado
y el monstruo entonces golpea
con la resinosa tea
la faz del desventurado
por el dolor trastornado
cae el centinela inerte
-Toma para defenderte
de este menguado el acero
-prorrumpe don Juan -pues quiero
morir, o darte la muerte.

Hay en la vasta llanura
un tronco seco y ramas
despojado por las llamas
de su pompa y hermosura.
de la escarcha, la blancura
le de un tinte funerario
pues se eleva solitario
ennegrecido y escueto
como gigante esqueleto
bajo su blanco sudario.

Don Juan que la marcha guía
detienese allí, desnuda
su espada, y con voz sañuda
clama -Tu vida o la mia-
En actitud grave y fría
ante él su hermano se para
y mirando cara a cara
a su opresor,- eso esperas?
le dice - que mas quisieras
sino que yo te matara?

-Hiere si intentas herir
el golpe aguardo sereno
y yo en cambio te condeno
al suplicio de vivir.
Adonde podrás huir,
que no te alcance el castigo?
buscarás en vano abrigo
otros climas y otras playas
mas donde quieras que vayas
irá tu crimen contigo.

Mi crimen? ruge Don Juan
-Por Cristo, que es brava idea!!
y en sus ojos centellea
la cólera de Satán-
Cuando suelto el huracán
rompe, incendia y desbarata
solo algún alma insensata
en momento tan aciago
culpa al viento del estrago
y no a Dios que la desata.!!!

Desde el día que nací
-añade airado y convulso
obedezco a extraño impulso
y no soy dueño de mi
Lucha, pues armas te di
para ganar la partida
que si en la lid fratricida
no opones el hierro al hierro
Juro a Dios, que como un perro
voy a arrancarte la vida.!!

Hazlo!! contesta su hermano
a tus instintos me entrego
que no detendrá mi ruego
los ímpetus de tu mano.
Mi muerte será oh tirano!
tu expiación mas tremenda
y rompo la espada en prenda
de que no quiero cobarde
ni acero que me resguarde
ni piedad que me defienda.

Dice, y quebrando después
la bruñida y sutil hoja
en dos pedazos la arroja
de su verdugo a los pies.
avanza tranquilo y es
su porte grave y austero
-Guarde cada cual su fuero-
dice - y ya que es tu sino
mata como un asesino
mas no como un caballero.

Don Juan vacila un instante
con su conciencia batalla
pero al fin la envidia estalla
mas soberbia y mas pujante.
-Imbécil!! recojo el guante !!-
dice con áspero tono
y arrastado por su encono
contra el desdichado cierra
que cae exánime en tierra
exclamando -Te perdono-

Como expresar el horror
de aquella escena de muerte?
la victima yace inerte
a los pies del matador.
Con su pálido fulgor
la luna alumbra al caído
el lebrel, enardecido
la hirviente sangre olfatea
y se revuelve y rastrea
y rompe en lúgubre aullido.

Don Juan se detiene adusto
el asombro en el se pinta
y la espada, en sangre tinta,
cae de su puño robusto.
los ojos vuelve con susto
horror se inspira a si mismo
y cercano al paroxismo
se retuerce y desespera
como si rodando fuera
hacia el fondo de un abismo.

Tierra, mar y firmamento
cuanto huella y cuanto mira
todo en torno suyo gira
en rápido movimiento
llenase su pensamiento
de mortal incertidumbre
y la inmensa muchedumbre
de visiones que le asalta
ondula, bulle, resalta
entre círculos de lumbre

Su razón se turba, un velo
de sangre nubla sus ojos
y cubren vapores rojos
el mar, la tierra y el cielo
Con desesperado anhelo
lanza un grito de agonía
y huye como res bravía
cuando de pronto a su oído
llega el ardiente ladrido
de la furiosa jauría.

Corre, corre, y corre en vano
porque cuando mas avanza
mar cerca a mirar alcanza
el cadáver de su hermano.
No encuentra término al llano
y mira con ansia crüel
los ojos del nuevo Abel
de eterna sombra cubiertos
siempre fijos, siempre abiertos
siempre clavados en él.

Nunca el torpe matador
de su víctima se aleja
y el miedo ver no le deja
que va de ella en derredor
Al fin recoge el traidor
de sus maldades el fruto
que a veces Dios en tributo
a su justicia ofendida
todo el dolor de una vida
reconcentra en un minuto.

Precipitase sin tino
y aumentando sus temores
los espectros vengadores
le acosan en su camino
Gira como un remolino
sin detenerse jamas
y va ciego y cuanto más
huye, ve mas espantado
el cadáver siempre al lado
y el lebrel, siempre detrás.

Su ronda desesperada
sigue con bronco resuello
puesto de punta el cabello
y atónita la mirada
en su fuga acelerada
apenas el suelo toca
y cuando mas en su loca
carrera el triste se ofusca
mas le estrecha, mas le busca
mas el muerto le provoca

Nada su pavor mitiga
y su marcha abrumadora
se prolonga hora tras hora
sin ceder a la fatiga
Su propio crimen le hostiga
con creciente frenesí
hasta que fuera de sí
crispado, lívido, yerto
se desploma junto al muerto
gritando -Infeliz de mi!!!

Cuando su manto repliega
la triste noche sombría
tres muertos alumbra el día
en la solitaria vega.
Don Luis, que en sangre se anega
y yace en tranquilo sueño:
Don Juan, cuyo torvo ceño
muestra su angustia final
y el lebrel, noble y leal
tendido a los pies del dueño.

Conciencia nunca dormida
mudo y pertinaz testigo
que no dejas sin castigo
ningún crimen en la vida
La ley calla, el mundo olvida
mas, quien sacude tu yugo?
Al Sumo Hacedor le plugo
que a solas con el pecado
fueses tu para el culpado
Delator, Juez, y Verdugo.


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Corriendo van por la vega - José Zorrilla



Corriendo van por la vega
a las puertas de Granada
hasta cuarenta gomeles
y el capitán que los manda.
Al entrar en la ciudad,
parando su yegua blanca,
le dijo éste a una mujer
que entre sus brazos lloraba:
«Enjuga el llanto, cristiana
no me atormentes así,
que tengo yo, mi sultana,
un nuevo Edén para ti.
Tengo un palacio en Granada,
tengo jardines y flores,
tengo una fuente dorada
con más de cien surtidores,
y en la vega del Genil
tengo parda fortaleza,
que será reina entre mil
cuando encierre tu belleza.
Y sobre toda una orilla
extiendo mi señorío;
ni en Córdoba ni en Sevilla
hay un parque como el mio.
Allí la altiva palmera
y el encendido granado,
junto a la frondosa higuera,
cubren el valle y collado.
Allí el robusto nogal,
allí el nópalo amarillo,
allí el sombrío moral
crecen al pie del castillo.
Y olmos tengo en mi alameda
que hasta el cielo se levantan
y en redes de plata y seda
tengo pájaros que cantan.
Y tú mi sultana eres,
que desiertos mis salones
están, mi harén sin mujeres,
mis oídos sin canciones.
Yo te daré terciopelos
y perfumes orientales;
de Grecia te traeré velos
y de Cachemira chales.
Y te dará blancas plumas
para que adornes tu frente,
más blanca que las espumas
de nuestros mares de Oriente.
Y perlas para el cabello,
y baños para el calor,
y collares para el cuello;
para los labios... ¡amor!»
«¿Qué me valen tus riquezas
-respondióle la cristiana-,
si me quitas a mi padre,
mis amigos y mis damas?
Vuélveme, vuélveme, moro
a mi padre y a mi patria,
que mis torres de León
valen más que tu Granada.»
Escuchóla en paz el moro,
y manoseando su barba,
dijo como quien medita,
en la mejilla una lágrima:
«Si tus castillos mejores
que nuestros jardines son,
y son más bellas tus flores,
por ser tuyas, en León,
y tú diste tus amores
a alguno de tus guerreros,
hurí del Edén, no llores;
vete con tus caballeros.»
Y dándole su caballo
y la mitad de su guardia,
el capitán de los moros
volvió en silencio la espalda.



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viernes, 29 de mayo de 2015

El ama - José María Gabriel y Galán



I

Yo aprendí en el hogar en qué se funda
la dicha más perfecta,
y para hacerla mía
quise yo ser como mi padre era
y busqué una mujer como mi madre
entre las hijas de mi hidalga tierra.
Y fui como mi padre, y fue mi esposa
viviente imagen de la madre muerta.
¡Un milagro de Dios, que ver me hizo
otra mujer como la santa aquella!
Compartían mis únicos amores
la amante compañera,
la patria idolatrada,
la casa solariega,
con la heredada historia,
con la heredada hacienda.
¡Qué buena era la esposa
y qué feraz mi tierra!
¡Qué alegre era mi casa
y qué sana mi hacienda,
y con qué solidez estaba unida
la tradición de la honradez a ellas!
Una sencilla labradora, humilde,
hija de oscura castellana aldea;
una mujer trabajadora, honrada,
cristiana, amable, carñosa y seria,
trocó mi casa en adorable idilio
que no pudo soñar ningún poeta.
¡Oh, cómo se suaviza
el penoso tragín de las faenas
cuando hay amor en casa
y con él mucho pan se amasa en ella
para los pobres que a su sombra vivien,
para los pobres que por ella bregan!
¡Y cuánto lo agradecen, sin decirlo,
y cuánto por la casa se interesan,
y cómo ellos la cuidan,
y cómo Dios la aumenta!
Todo lo pudo la mujer cristiana,
logrólo todo la mujer discreta.
La vida en la alquería
giraba en torno de ella
pacífica y amable,
monótona y serena...
¡Y cómo la alegría y el trabajo
donde está la virtud se compenetran!
Lavando en el regato cristalino
cantaban las mozuelas,
y cantaba en los valles el vaquero,
y cantaban los mozos en las tierras,
y el aguador camino de la fuente,
y el cabrerillo en la pelada cuesta...
¡Y yo también cantaba,
que ella y el campo hiciéronme poeta!
Cantaba el equilibrio
de aquel alma serena
como los anchos cielos,
como los campos de mi amada tierra;
y cantaba también aquellos campos,
los de las pardas, onduladas cuestas,
los de los mares de enceradas mieses,
los de las mudas perspectivas serias,
los de las castas soledades hondas,
los de las grises lontananzas muertas...
El alma se empapaba
en la solemne clásica grandeza
que llenaba los ámbitos abiertos
del cielo y de la tierra.
¡Qué placido el ambiente,
qué tranquilo el paisaje, qué serena
la atmósfera azulada se extendía
por sobre el haz de la llanura inmensa!
La brisa de la tarde
meneaba, amorosa, la alameda,
los zarzales floridos del cercado,
los guindos de la vega,
las mieses de la hoja,
la copa verde de la encina vieja...
¡Monorrítmica música del llano,
qué grato tu sonar, qué dulce era!
La gaita del pastor en la colina
lloraba las tonadas de la tierra,
cargadas de dulzuras,
cargadas de monótonas tristezas,
y dentro del sentido
caían las cadencias
como doradas gotas
de dulce miel que del panal fluyeran.
La vida era solemne;
puro y sereno el pensamiento era;
sosegado el sentir, como las brisas;
mudo y fuerte el amor, mansas las penas,
austeros los placeres,
raigadas las creencias,
sabroso el pan, reparador el sueño,
fácil el bien y pura la conciencia.
¡Qué deseos el alma
tenía de ser buena
y cómo se llenaba de ternura
cuando Dios le decía que lo era!

II

Pero bien se conoce
que ya no vive ella;
el corazón, la vida de la casa
que alegraba el tragín de las tareas,
la mano bienhechora
que con las sales de enseñanzas buenas
amasó tanto pan para los pobres
que regaban, sudando, nuestra hacienda.
¡La vida en la alquería
se tiñó para siempre de tristeza!
Ya no alegran los mozos la besana
con las dulces tonadas de la tierra,
que al paso perezoso de las yuntas
ajustaban sus lánguidas cadencias.
Mudos de casa salen,
mudos pasan el día en sus faenas,
tristes y mudos vuelven
y sin decirse una palabra cenan;
que está el aire de casa
cargado de tristeza,
y palabras y ruidos importunan
la rumia sosegada de las penas.
Y rezamos reunidos el rosario
sin decirnos por quién..., pero es por ella,
que aunque ya no su voz a orar nos llama,
su recuerdo querido nos congrega,
y nos pone el rosario entre los dedos
y las santas plegarias en la lengua.
¡Qué días y qué noches!
¡Con cuánta lentitud las horas ruedan
por encima del alma que está sola
llorando en las tinieblas!
Las sales de mis lágrimas amargan
el pan que me alimenta;
me cansa el movimiento,
me pesan las faenas,
la casa me entristece
y he perdido el cariño de la hacienda.
¡Qué me importan los bienes
si he perdido mi dulce compañera!
¡Qué compasión me tiene mis criados
que ayer me vieron con el alma llena
de alegrías sin fin que rebosaban
y suyas también eran!
Hasta el hosco pastor de mis ganados,
que ha medido la hondura de mi pena,
si llego a su majada
baja los ojos y ni hablar quisiera;
y dice al despedirme: «Ánimo, amo;
"haiga" mucho valor y "haiga pacencia"...»
Y le tiembla la voz cuando lo dice
y se enjuga una lágrima sincera,
que en la manga de la áspera zamarra
temblando se le queda...
¡Me ahogan estas cosas,
me matan de dolor estas escenas!
¡Que me anime, pretende, y él no sabe
que de su choza en la techumbre negra
le he visto yo escondida
la dulce gaita aquélla
que cargaba el sentido de dulzura
y llenaba los aires de cadencias!...
¿Por qué ya no la toca?
¿Por qué los campos su tañer no alegra?
Y el atrevido vaquerillo sano,
que amaba a una mozuela
de aquellas que trajinan en la casa,
¿por qué no ha vuelto a verla?
¿Por qué no canta en los tranquilos valles?
¿Por qué no silba con la misma fuerza?
¿Por qué no quiere restallar la honda?
¿Por qué esta muda la habladorara legua
que al amo le contaba sus sentires
cuando el amo le daba su licencia?
«¡El ama era una santa!»...,
me dicen todos cuando me hablan de ella.
«¡Santa, santa!», me ha dicho
el viejo señor cura de la aldea,
aquel que le pedía
las limosnas secretas
que de tantos hogares ahuyentaban
las hambres y los fríos y las penas.
¡Por eso los mendigos
que llegan a mi puerta
llorando se descubren
y un padrenuestro por el «ama» rezan!
El velo del dolor me ha oscurecido
la luz de la belleza.
Ya no saben hundirse mis pulilas
en la visión serena
de los espacios hondos,
puros y azules, de extensión inmensa.
Ya no sé traducir la poesía,
ni del alma en la médula me entra
la inmensa melodía del silencio
que en la llanura quieta
parece que descansa,
parece que se acuesta.
Será puro el ambiente, como antes,
y la atmósfera azul será serena,
y la brisa amorosa
moverá con sus alas la alameda,
los zarzales floridos,
los guindos de la vega,
las mieses de la hoja,
la copa verde de la encina vieja...
Y mugirán los tristes becerrillos,
lamentando el destete, en la pradera,
y la de alegres recentales dulces
tropa gentil escalará la cuesta
balando plañideros
al pie de las dulcísimas ovejas;
y cantará en el monte la abubilla,
y en los aires la alondra mañanera
seguirá derritiédose en gorjeos,
musical filigrana de su lengua...
Y la vida solemne de los mundos
seguirá su carrera
monótona, inmutable,
magnífica, serena...
Mas ¿qué me importa todo,
si el vivir de los mundos no me alegra,
ni el ambiente me baña en bienestares,
ni las brisas a música me suenan,
ni el cantar de los pájaros del monte
estimula mi lengua,
ni me mueve a ambición la perspectiva
de la abundante próxima cosecha,
ni el vigor de mis bueyes me envanece,
ni el paso del caballo me recrea,
ni me embriaga el olor de las majadas,
ni con vértigos dulces me deleitan
el perfume del heno que madura
y el perfume del trigo que se encera?
Resbala sobre mí sin agitarme
la dulce poesía en que se impregnan
la llanura sin fin, toda quietudes,
y el magnífico cielo, todo estrellas,
y ya mover no pueden
mi alma de poeta,
ni las de mayo auroras nacarinas
con húmedos vapores en las vegas,
con cánticos de alondra y con efluvios
de rociadas frescas,
ni éstos de otoño atardeceres dulces
de manso resbalar, pura tristeza
de la luz que se muere
y el paisaje borroso que se queja..
. ni las noches románticas de julio,
magníficas, espléndidas,
cargadas de silencios rumorosos
y de sanos perfumes de las eras;
noches para el amor, para la rumia
de las grandes ideas,
que a la cumbre al llegar de las alturas
se hermanan y se besan...
¡Cómo tendré yo el alma,
que resbala sobre ella
la dulce poesía de mis campos
como el agua resbala por la piedra!
Vuestra paz era imagen de mi vida,
¡oh campos de mi tierra!
Pero la vida se me puso triste
y su imagen de ahora ya no es esa:
en mi casa, es el frío de mi alcoba,
es el llanto vertido en sus tinieblas;
en el campo, es el árido camino
del barbecho sin fin que amarillea.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Pero yo ya sé hablar como mi madre
y digo como ella
cuando la vida se le puso triste:
«¡Dios lo ha querido así! ¡Bendito sea!»



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El reo de muerte - José de Espronceda



¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!

I

Reclinado sobre el suelo
con lenta amarga agonía,
pensando en el triste día
que pronto amanecerá,
en silencio gime el reo
y el fatal momento espera
en que el sol por vez postrera
en su frente lucirá.

Un altar y un crucifijo,
y la enlutada capilla
lánguida vela amarilla
tiñe en su luz funeral,
y junto al mísero reo,
medio encubierto el semblante,
se oye al fraile agonizante
en son confuso rezar.

El rostro levanta el triste
y alza los ojos al cielo;
tal vez eleva en su duelo
la súplica de piedad:
¡Una lágrima! ¿es acaso
de temor o de amargura?
¡Ay! a aumentar su tristura
¡Vino un recuerdo quizá!

Es un joven y la vida
llena de sueños de oro,
pasó ya, cuando aún el lloro
de la niñez no enjugó:
El recuerdo es de la infancia,
¡Y su madre que le llora,
para morir así ahora
con tanto amor le crió!

Y a par que sin esperanza
ve ya la muerte en acecho,
su corazón en su pecho
siente con fuerza latir,
al tiempo que mira al fraile
que en paz ya duerme a su lado,
y que ya viejo y postrado
le habrá de sobrevivir.

¿Mas qué rumor a deshora
rompe el silencio? resuena
una alegre cantinela
y una guitarra a la par,
y gritos y de botellas
que se chocan, el sonido,
y el amoroso estallido
de los besos y el danzar.

Y también pronto en son triste
lúgubre voz sonará:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!

Y la voz de los borrachos,
y sus brindis, sus quimeras,
y el cantar de las rameras,
y el desorden bacanal
en la lúgubre capilla
penetran, y carcajadas,
cual de lejos arrojadas
de la mansión infernal.

Y también pronto en son triste
lúgubre voz sonará:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!

¡Maldición! al eco infausto
el sentenciado maldijo
la madre que como a hijo
a sus pechos le crió;
y maldijo el mundo todo,
maldijo su suerte impía,
maldijo el aciago día
y la hora en que nació.

II

Serena la luna
alumbra en el cielo,
domina en el suelo
profunda quietud;
ni voces se escuchan,
ni ronco ladrido,
ni tierno quejido
de amante laúd.

Madrid yace envuelto en sueño,
todo al silencio convida,
y el hombre duerme y no cuida
del hombre que va a expirar;
si tal vez piensa en mañana,
ni una vez piensa siquiera
en el mísero que espera
para morir, despertar;

que sin pena ni cuidado
los hombres oyen gritar:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!

¡Y el juez también en su lecho
duerme en paz! ¡y su dinero
el verdugo placentero
entre sueños cuenta ya!
Tan sólo rompe el silencio
en la sangrienta plazuela
el hombre del mal que vela
un cadalso al levantar.

Loca y confusa la encendida mente,
sueños de angustia y fiebre y devaneo
el alma envuelven del confuso reo,
que inclina al pecho la abatida frente.

Y en sueños
confunde
la muerte,
la vida.
Recuerda
y olvida,
suspira,
respira
con hórrido afán.

Y en un mundo de tinieblas
vaga y siente miedo y frío,
y en su horrible desvarío
palpa en su cuello el dogal;
y cuanto más forcejea,
cuanto más lucha y porfía,
tanto más en su agonía
aprieta el nudo fatal.

Y oye ruido, voces, gentes,
y aquella voz que dirá:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!

O ya libre se contempla,
y el aire puro respira,
y oye de amor que suspira
la mujer que un tiempo amó,
bella y dulce cual solía,
tierna flor de primavera,
el amor del la pradera
que el abril galán mimó.

Y gozoso a verla vuela,
y alcanzarla intenta en vano,
que al tender la ansiosa mano
su esperanza a realizar,
su ilusión la desvanece
de repente el sueño impío,
y halla un cuerpo mudo y frío
y un cadalso en su lugar.

Y oye a su lado en son triste
lúgubre voz resonar:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!



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