lunes, 25 de febrero de 2019

Vocales - Arthur Rimbaud



A negro, E blanco, I rojo, U verde, O azul: vocales
algún día diré vuestro nacer latente:
negro corsé velludo de moscas deslumbrantes,
A, al zumbar en tomo a atroces pestilencias,

calas de umbría; E, candor de pabellones
y naves, hielo altivo, reyes blancos, ombelas
que tiemblan. I, escupida sangre, risa de ira
en labio bello, en labio ebrio de penitencia;

U, ciclos, vibraciones divinas, verdes mares,
paz de pastos sembrados de animales, de surcos
que la alquimia ha grabado en las frentes que estudian.

O, Clarín sobrehumano preñado de estridencias
extrañas y silencios que cruzan Mundos y Ángeles:
O, Omega, fulgor violeta de Sus Ojos.



domingo, 24 de febrero de 2019

Venus Anadiomena - Arthur Rimbaud



Como de un ataúd verde, en hoja de lata,
con pelo engominado, moreno, y con carencias
muy mal disimuladas, de una añosa bañera
emerge, lento y burdo, un rostro de mujer.

El cuello sigue luego, craso y gris, y los hombros
huesudos, una espalda que duda en su salida
y, después, los riñones quieren alzar el vuelo:
bajo la piel, el sebo, a capas, como hojaldre.

El espinazo, rojo, y el conjunto presentan
un regusto espantoso, y se observa ante todo
detalles que es preciso analizar con lupa.

El lomo luce dos palabras: CLARA VENUS.
Un cuerpo que se agita y ofrece su montura
hermosa, con su úlcera, tenebrosa, en el ano.



sábado, 23 de febrero de 2019

Sueño para el invierno - Arthur Rimbaud



En invierno nos iremos, sobre cojines azules,
en un vagoncito rosa.
Tan a gusto, cuando un nido de besos locos se duerme
en cada blando rincón.

Cerrarás los ojos para no mirar por los cristales
la noche y sus negras muecas,
los monstruos amenazantes, lobos negros, negros diablos
como muchedumbre atroz.

Después sentirás en la mejilla un arañazo…
Y un beso te correrá, como una araña alocada,
alocado por el cuello.

Y me dirás: «¡Busca, busca!», inclinando la cabeza.
-Pero, ¡cuánto tardaremos en encontrar ese bicho
que viaja y viaja sin meta…!

miércoles, 20 de febrero de 2019

Sensación - Arthur Rimbaud



Iré, cuando la tarde cante, azul, en verano,
herido por el trigo, a pisar la pradera;
soñador, sentiré su frescor en mis plantas
y dejaré que el viento me bañe la cabeza.

Sin hablar, sin pensar, iré por los senderos:
pero el amor sin límites me crecerá en el alma.
Me iré lejos, dichoso, como con una chica,
por los campos, tan lejos como el gitano vaga.



martes, 19 de febrero de 2019

Rabias de Césares - Arthur Rimbaud



El Hombre exangüe, por los prados florecidos,
camina, va de negro, con el puro en la boca;
El Hombre exangüe evoca Tullerías en flor,
-y su ojo, muerto, a veces cobra brillos de fuego….

Ebrio, el Emperador, tras veinte años de orgía
pensaba: «¡Soplaré sobre la Libertad
con mucho cuidadito, como sobre una vela!».
¡La libertad renace!… -¡y está desriñonado!

Está preso. -¿Qué nombre por sus labios sin eco
palpita? ¿qué añoranza implacable lo muerde?
No se sabrá, pues tiene, el ojo muerto, el César.

Piensa, quizás, en su Compadre con gafitas…
-Y mira cómo fluye de su puro encendido,
como en Saint-Cloud, de noche, la tenue nube azul.



lunes, 18 de febrero de 2019

Primera velada - Arthur Rimbaud



Desnuda, casi desnuda;
y los árboles cotillas
a la ventana arrimaban,
pícaros, su fronda pícara.

Asentada en mi sillón,
desnuda, juntó las manos.
Y en el suelo, trepidaban,
de gusto, sus pies, tan parvos.

-Vi cómo, color de cera,
un rayo con luz de fronda
revolaba por su risa
y su pecho -en la flor, mosca,

-Besé sus finos tobillos.
Y estalló en risa, tan suave,

risa hermosa de cristal.
desgranada en claros trinos…

Bajo el camisón, sus pies
-¡Basta, basta!» -se escondieron.
-¡La risa, falso castigo
del primer atrevimiento!

Trémulos, pobres, sus ojos
mis labios besaron, suaves:
-Echó, cursi, su cabeza
hacia atrás: «Mejor, si cabe…!

Caballero, dos palabras…»»
-Se tragó lo que faltaba
con un beso que le hizo
reírse… ¡qué a gusto estaba!

-Desnuda, casi desnuda;
y los árboles cotillas
a la ventana asomaban,
pícaros, su fronda pícara.



domingo, 17 de febrero de 2019

Oración del atardecer - Arthur Rimbaud



Como un ángel sentado en manos de un barbero,
vivo, alzando la jarra de profundos gallones,
combados hipogastrio y cuello, con mi pipa,
bajo un henchido viento de leves veladuras.

Como excrementos cálidos de viejos palomares
mil Sueños me producen suaves quemazones

y mi corazón, triste, se parece a la albura
que ensangrientan los oros ocres que el árbol llora.

Después, tras engullirme mis Sueños con cuidado,
me vuelvo y, tras beberme treinta o cuarenta jarras,
me concentro, soltando mis premuras acérrimas:

manso como el Señor del cedro y del hisopo
meo hacia el pardo cielo, alto, alto, tan lejos…
con el consentimiento de los heliotropos.



viernes, 15 de febrero de 2019

Muertos del noventa y dos - Arthur Rimbaud



Muertos del Noventa y dos y del Noventa y tres,
que, pálidos del beso que da la libertad,
tranquilos, destrozasteis con los zuecos el yugo
que pesa sobre el alma y la frente del mundo;

Hombres extasiados, grandes en la tormenta,
vosotros, cuyo amor brincó envuelto en harapos,
soldados que la Muerte sembró, Amante noble,
para regenerarlos, por los antiguos surcos;

cuya sangre lavó la grandeza ensuciada.
Muertos allá en Valmy, en Fleuru, en Italia,
millón de Cristos, Muertos, de ojos dulces y oscuros;

dormid con la República, mientras nosotros vamos
doblados bajo reyes como bajo una tralla.
-Pues son los Cassagnac los que ahora os recuerdan.


jueves, 14 de febrero de 2019

Mis pequeñas enamoradas - Arthur Rimbaud



Un hidrolito lagrimal lava
los cielos color de berza
bajo el árbol de tiernos retoños
que vuestros cauchos babea,

blancos, con sus lunas singulares
y sus redondos pialatos:
¡entrechocad vuestras rodilleras
mis adefesios amados!

En aquellos tiempos nos queramos,
¡mi azul y triste adefesio!
comíamos huevos al minuto
y murajes color cielo.

Una noche me ungiste poeta,
mi adefesio rubio y garzo:
ven a mi lado, quiero azotarte
cuando estés en mi regazo.

Vomité tu crasa bandolina
lustroso adefesio negro:
tú, mi bandolón me cortarías
por lo sano, a ras del pelo.

¡Qué asco, mi saliva reseca,
adefesio pelirrojo,
emponzoña aún las trincheras
de tus dos pechos orondos!

¡Pequeñas enamoradas mías,
cuánto y cuánto puedo odiaros!
¡Parchead con tristes bofetadas
vuestras tetas, que dan asco!

¡Saltad, saltad, viejas escudillas
repletas de sentimiento;
vamos, saltad, a ser bailarinas
tan sólo por un momento!

Los omóplatos se os desencajan,
amores, amores míos:
con una estrella en el lomo, cojas,
¡a seguir con vuestros giros!

¡Y para colmo, yo he rimado
en honor de estos perniles!
¡Si os pudiera romper las caderas
y de mi amor redimirme!

Montón sin gracia de estrellas rotas
volved a vuestros rincones
––Reventaréis en Dios, bien cargados
de ignominia los serones.
Bajo las lunas particulares
y sus redondos pialatos,
¡entrechocad vuestras rodilleras,
mis adefesios amados!



miércoles, 13 de febrero de 2019

Mi bohemia - Arthur Rimbaud


Me iba, con los puños en mis bolsillos rotos…
mi chaleco también se volvía ideal,
andando, al cielo raso, ¡Musa, te era tan fiel! 
¡cuántos grandes amores, ay ay ay, me he soñado!  

Mi único pantalón era un enorme siete.
 ––Pulgarcito que sueña, desgranaba a mi paso 
rimas Y mi posada era la Osa Mayor. 
––Mis estrellas temblaban con un dulce frufrú. 

 Y yo las escuchaba, al borde del camino 
cuando caen las tardes de septiembre, sintiendo 
el rocío en mi frente, como un vino de vida. 

 Y rimando, perdido, por las sombras fantásticas, 
tensaba los cordones, como si fueran liras, 

martes, 12 de febrero de 2019

Los sentados - Arthur Rimbaud



Costrosos, negros, flacos, con los ojos cercados
de verde, dedos romos crispados sobre el fémur,
con la mollera llena de rencores difusos
como las floraciones leprosas de los muros;

han injertado gracias a un amor epiléptico
su osamenta esperpéntica al esqueleto negro
de sus sillas; ¡sus pies siguen entrelazados
mañana, tarde y noche, a las patas raquíticas!

Estos viejos perduran trenzados a sus sillas,
al sentir cómo el sol percaliza su piel
o al ver en la ventana cómo se aja la nieve,
temblando como tiemblan doloridos los sapos.

Los Asientos les brindan favores, pues, prensada,
la paja oscura cede a sus flacos riñones
y el alma de los soles pasados arde, presa
de las trenzas de espigas donde el grano cuajaba

Los Sentados, cual músicos, con la boca en sus muslos,
golpean con sus dedos el asiento, rumores
de tambor, del que sacan barcarolas tan tristes
que sus cabezas rolan en vaivenes de amor.

––¡Ah, que no se levanten! Llegaría el naufragio…
Pero se alzan, gruñendo, como gatos heridos,
desplegando despacio, rabiosos, sus omóplatos:
y el pantalón se abomba, vacío, entorno al lomo.

Oyes cómo golpean con sus cabezas calvas
las paredes oscuras, al andar retorcidos,
¡y los botones son, en su traje, pupilas
de fuego que nos hieren, al fondo del pasillo!

Mas tienen una mano invisible que mata:
al volver, su mirada filtra el veneno negro
que llena el ojo agónico del perro apaleado,
y sudas, prisionero de un embudo feroz.

Se sientan, con los puños ahogados en la mugre
de sus mangas, y piensan en quien les hizo andar;
y del alba a la noche, sus amígdalas tiemblan
bajo el mentón, racimos a punto de estallar.

Y cuando el sueño austero abate sus viseras,
sueñan, sobre sus brazos, con sillas fecundadas:
auténticos amores, mínimos, como asientos
bordeando el orgullo de mesas de despacho.

Flores de tinta escupen pólenes como tildes,
acunándolos sobre cálices en cuclillas,
como a ras de unos gladios un vuelo de libélulas
––y su miembro se excita al rozar las espigas.



lunes, 11 de febrero de 2019

Los pobres en la iglesia - Arthur Rimbaud



Aparcados en bancos de roble, en los rincones
de la iglesia que entibia su aliento, con los ojos
clavados en el coro dorado, mientras brama
la escolanía cánticos piadosos por sus fauces,
aspirando la cera como un olor de hogaza,
dichosos, humillados, cual perros que apalean,
los pobres del Buen Dios, el patrón y el señor,
ofrecen sus Oremus, irrisorios y obtusos.

¡Está bien ofrecerle bancos lisos a la hembra
después de los seis días en que Dios la maltrata!
pues acuna, revuelto en extrañas pellizas,
algo parejo a un niño que llora sin cesar.

Con las tetas mugrientas al aire, estas sopistas,
con la oración prendida en ojos que no rezan,
miran a las golfillas de triste pavoneo,
busconas bajo el ala del sombrero deforme.

Fuera, el frío y el hambre y el hombre con su juerga:
¡pues, vale! una hora más; después males a miles.
––Mientras, en torno a ellas, gime, ganguea, charla
un grupito de viejas con enormes papadas.

Y están los epilépticos y esos despavoridos
que todo el mundo huye en las encrucijadas;
y husmeando gozosos en los viejos misales
esos ciegos que un perro introduce en los patios.

Babeando una fe pordiosera y estúpida,
todos dicen su queja infinita a Jesús
que sueña en lo alto, lívido, por la luz amarilla,
lejos de flacos malos y de malos panzudos,

del olor de la carne y las telas mohosas:
farsa humilde y sombría de gestos asquerosos.
––Y la oración florece con frases escogidas,
y el misticismo adopta matices apremiantes,

cuando en la nave el sol muere, y pliegues de seda
sosos y verdes risas, las damas de los barrios
distinguidos, ––¡Jesús!–– las enfermas de hígado,
dan a besar sus dedos, en el agua bendita.



domingo, 10 de febrero de 2019

Los labios cerrados - Arthur Rimbaud



Existe en Roma, en la Sixtina
cubierta de emblemas cristianos
una vitrina escarlatina
do secan nasos muy ancianos

Nasos de ascetas tebaídicos,
nasos de prestes del Grial
do nacieron nocturnos tísicos
y el canto llano sepulcral

En sus místicas sequedades,
cada mañana se introducen
las cismáticas suciedades
que a polvo fino se reducen.



viernes, 8 de febrero de 2019

Los despavoridos - Arthur Rimbaud



Negros en la nieve y en la bruma,
frente al gran tragaluz que se alumbra
con su culo en corro,

de hinojos, cinco niños con hambre
miran cómo el panadero hace
una hogaza de oro…

Ven girar al brazo fuerte y blanco
en la masa gris que va horneando
en la boca clara,

y escuchan cómo el rico pan cuece;
y el panadero, de risa alegre
su tonada canta

Se apiñan frente al tragaluz rojo,
quietos, para recibir su soplo
cálido cual seno;

y cuando, al dar las doce, el pan sale
pulido, torneado y curruscante,
de un rubio moreno,

cuando, bajo las vigas ahumadas,
las cortezas olorosas cantan,
como canta el grillo,

cuando sopla esa boca caliente
la vida… con el alma alegre
cobijada en pingos,

se dan cuenta de lo bien que viven…
¡Pobres niños que la escarcha viste!
-Todos tan juntitos,

apretando su hociquillo rosa
a las rejas; cantan cualquier cosa
por los orificios,

quedos, quedos -como una plegaria…
inclinados hacia la luz clara
de este nuevo cielo,

tan tensos, que estallan los calzones:
y sus blancas camisas de pobres
tiemblan en el cierzo.



jueves, 7 de febrero de 2019

Los cuervos - Arthur Rimbaud



Señor, cuando los prados están fríos
y cuando en las aldeas abatidas
el ángelus lentísimo acallado,
sobre el campo desnudo de sus flores
haz que caigan del cielo, tan queridos,
los cuervos deliciosos.

¡Hueste extraña de gritos justicieros
el cierzo se ha metido en vuestros nidos!
A orilla de los ríos amarillos,
por la senda de los viejos calvarios,
y en el fondo del hoyo y de la fosa,
dispersaos, uníos.

A millares, por los campos de Francia,
donde duermen nuestros muertos de antaño,
dad vueltas y dad vueltas, en invierno,
para que el caminante, al ir, recuerde.
¡Sed pregoneros del deber, ¡Oh nuestros
negros pájaros fúnebres!

Santos del cielo, en la cima del roble,
mástil perdido en la noche encantada,
dejad la curruca de la primavera
para aquél que en el bosque encadena,
bajo la yerba que impide la huida,
la funesta derrota.



miércoles, 6 de febrero de 2019

Las hermanas de Caridad - Arthur Rimbaud



El joven cuyos ojos son brillantes, con cuerpo
moreno, que debiera ir desnudo a su edad,
con su frente ceñida de cobre, ante la luna,
adorado por Persas, Genio desconocido,

desbocado, aunque tiene ternuras virginales
y negras, orgulloso de su empeño primero,
cual los mares recientes, llanto en noches de estío
que se agitan insomnes en lechos de diamantes;

este joven, al ver la fealdad del mundo,
tiembla en su corazón ampliamente irritado,
y henchido por la herida profunda y permanente
desea que su hermana de caridad venga a él.

Pero, Mujer, montón de entrañas, piedad dulce,
nunca fuiste hermana de caridad, no, nunca;
negra mirada, vientre en el que duerme roja
umbría, dedos leves, pechos bien torneados.

Ciega, que aún dormitas, con pupilas inmensas,
nuestro abrazo no fue sino nudo de dudas:
portadora de tetas, eres tú la que pende
de nosotros, ¡oh, duerme!, risueña honda Pasión.

Tus odios, tus perezas permanentes, tus faltas,
y tus brutalidades antaño padecidas,
nos las devuelves, todas, Noche, pero sin odio,
como el raudal de sangre que cada mes derramas

Cuando la hembra, aguantada un momento, lo aterra,
Amor, canto a la vida y llamada a la acción,
llegan la Musa verde y la justicia ardiente ,
y desgarran su carne con augusta obsesión

Siempre conmocionado por calmas y esplendores,
dejado por las dos Hermanas implacables,
gimiendo con ternura tras la ciencia nodriza,
le ofrece al verde campo su frente herida, en flor.

Pero la negra alquimia y los santos estudios
repugnan al herido, sombrío sabio altivo,
que siente alzarse en él atroces soledades.
Entonces, siempre hermoso, sin asco del sepulcro…

que crea en la gran meta, los Sueños o Paseos
inmensos, por la noche negra de la Verdad,
y que te llame, enfermo, en su alma y en sus miembros,
¡oh Muerte, misteriosa, oh Sor de caridad!



martes, 5 de febrero de 2019

Las despiojadoras - Arthur Rimbaud



Cuando la frente infante, con sus rojas tormentas
convoca al blanco enjambre de los sueños difusos,
llegan junto a su cama dos hermanas risueñas
con sus gráciles dedos de uñas argentinas.

Sientan al niño frente al ventanal abierto,
donde el aire azul baña torbellinos de flores
y por su denso pelo preñado de rocío
sus dedos se pasean, seductores, terribles.

Él, escucha el cantar de sus hálitos tímidos
que expanden amplias mieles vegetales y rosas
y que interrumpe a veces un silbido ––saliva
que los labios absorben o ganas de besar.

Escucha sus pestañas latir en el silencio
perfumado; y sus dedos, eléctricos y suaves,
provocan los chasquidos , entre indolencias grises,
de los piojillos muertos, por sus uñas de reina.

Y un vino de Pereza sube en él, un suspiro
de armónica, capaz de llegar al delirio:
y el niño siente, al ritmo lento de las caricias,
cómo brotan y mueren sus ansias de llorar.



lunes, 4 de febrero de 2019

La tunanta - Arthur Rimbaud



En el comedor pardo, que perfumaba una
mezcla de olor de fruta y de barniz, a gusto,
me hice con un plato de no sé qué guisado
belga, y me arrellané en una enorme silla.

Mientras comía, oí el reloj ––feliz, quedo…
La cocina se abrió, inmensa bocanada,
––y la criada entró; y no sé bien por qué
llevaba el chal abierto y un peinado travieso.

Y mientras recorría con su dedo azorado
su cara, un terciopelo, durazno blanco y rosa,
haciendo un gesto ingenuo con su labio de niña,

colocaba los platos, junto a mí, serenándome.
Y luego, distraída, para ganarse un beso,
bajito: «toca, toca: me s’ha enfriao la cara…»