sábado, 23 de enero de 2016

No expresará la lengua el gran dolor - Ausiàs March



No expresará la lengua el gran dolor
del que al morir ignora dónde irá
(si Dios querrá tenerlo junto a sí
o si querrá enterrarlo en el infierno):
semejante dolor siente mi espíritu,
por no saber lo que Él de vos dispuso,
pues vuestro bien o mal me han sido dados,
y aquello que os suceda, sufriré.

Espíritu, oh tú, que ya dejaste
aquel cuerpo al que yo tanto he amado,
contémplame sumido en la aflicción
y dudando de hablarte con cordura.
El lugar donde estés trastocará
el sentido de cuanto he de decirte;
por ti conseguiré tristeza o gozo:
cuanto quiera Dios darme, en ti se encuentra.

Para rezar no he de juntar las manos,
pues ya está consumado su destino:
indecible es su bien, si está en el Cielo;
si en el Infierno, en vano es mi rogar.
Si fuera así, mi espíritu aniquila,
y devuelve mi ser, Dios, a la nada,
sobre todo si está allí por mi causa.
No sea yo, sufriendo tan gran daño.

Nada que no haya dicho sé decir;
si grito o callo no me satisface;
si vago o pienso el tiempo se consume,
y antes de hacer las cosas me arrepiento.
No lamento el dolor del placer ido,
¡tanto miedo me causa su gran mal!
El mal que no es perpetuo es un mal leve,
mas temo que éste no lo haya ganado.

Aterra mucho el daño de la muerte,
y que nos trate por igual lo mengua.
¡Oh, tú, dolor, sé para mí imparcial,
y sé, contra el olvido, protección!
Hiéreme el corazón y los sentidos,
hártate en mí, que yo no me defiendo,
cáusame tanto daño que dé lástima.
Que tu poder me abarque cuanto puedas.

Espíritu, si nada te lo impide,
rompe la común práctica en los muertos;
regresa al mundo y dime qué es de ti:
no ha de causarme espanto tu mirada.

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