A las cinco de la tarde
Llevaba ya ocho días con los botines rotos
por culpa de los guijos; y a Charleroi llegué.
En el Cabaret-Verde, encargué unas tostadas
de manteca y jamón jugoso y calentito.
Estiré las dos piernas, feliz, bajo la mesa
verde, mientras miraba los dibujos ingenuos
del tapiz. ¡Qué alegría cuando la criadita
la de las grandes tetas y los ojos como ascuas
––a ésa, sí que no le asusta un simple beso––,
con risas, me ofreció tostadas de manteca
y jamón tibio, en plato de múltiples colores!
Jamón blanco y rosado que perfumaba un diente
de ajo, y me llenó la jarra inmensa: espuma
que doraba el fulgor de un sol casi dormido.
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