Muertos del Noventa y dos y del Noventa y tres,
que, pálidos del beso que da la libertad,
tranquilos, destrozasteis con los zuecos el yugo
que pesa sobre el alma y la frente del mundo;
Hombres extasiados, grandes en la tormenta,
vosotros, cuyo amor brincó envuelto en harapos,
soldados que la Muerte sembró, Amante noble,
para regenerarlos, por los antiguos surcos;
cuya sangre lavó la grandeza ensuciada.
Muertos allá en Valmy, en Fleuru, en Italia,
millón de Cristos, Muertos, de ojos dulces y oscuros;
dormid con la República, mientras nosotros vamos
doblados bajo reyes como bajo una tralla.
-Pues son los Cassagnac los que ahora os recuerdan.
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